Puede sonar extraño para algunos lectores, que habiendo dedicado el editorial a hablar de la mujer-madre, no hayamos hecho referencia alguna a la "perspectiva de género", tan difundida hoy en el mundo.
Ello se debe a que desde nuestro punto de vista, las relaciones entre los cónyuges no deben basarse en "equilibrios de poder", ni en una "lucha de clases" de "oprimido" contra "opresor" al interior de la familia, sino en el amor de los esposos.
El hombre y la mujer, capaces de amar y ser amados, son iguales en su dignidad porque comparten la misma naturaleza humana, porque son personas; pero, aunque en cuanto personas el marido y la mujer tienen idéntica dignidad, son esencialmente distintos en cuanto personas sexuadas.
Esta diferencia entre iguales, hace que las relaciones matrimoniales, se basen en la complentación mutua entre marido y mujer, llamados a ser "una sola carne". Complementación que cuando se realiza armónicamente, se verifica en la entrega, en el respeto y en el amor de los cónyuges.
Así, cuando el amor es sincero, el respeto total y la entrega absoluta, los esposos se abren a la fecundidad; pues sólo si están abiertos a la vida -a la maternidad-, los esposos son capaces de manifestar plenamente, además del amor mutuo, el amor que ambos tienen por los hijos que puedan venir y por sus semejantes.
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