Amor por la Vida

Amor por la Vida
Ah K2iiin Xook

sábado, 9 de abril de 2011

La persona como primer valor



El pensador cristiano Boecio (480 – 525 ac.) es quien por primera vez brinda una definición
de persona que sería aceptada por diversas corrientes filosóficos por siglos.
“La persona es la sustancia individual de naturaleza racional”

¿Qué define a una Persona?


Como pensamos que es una persona, podría ser unitario, egoísta, único, maravilloso, sincero, amorosa, pero de que depende de que lo podamo sllamar así. Es muy dificil saberlo, pero no dificil serlo, ya que cada mujer y cada hombre es único, no hay nadie igual en éste mundo que se parezca, porque tiene una vida única e inigualable. 

 ¿PERSONA?

En definiciones de persona podemos enocntrar demasiadas, unos ejemplos de ellas pueden ser,
 Tipos de persona
 
La persona natural
La persona, legalmente hablando, es todo ser capaz de tener y contraer derechos y obligaciones. Cuando los derechos y obligaciones los ejerce un individuo en forma particular se habla de persona física o natural.
Según nuestro Código Civil las personas naturales son "todos los individuos de la especie humana, cualquiera que sea su edad, sexo, estirpe o condición".
La existencia legal de la persona natural comienza al nacer y termina con la muerte.
Los requisitos para la existencia legal son:
  • Que haya nacimiento. Es decir, que la criatura sobreviva al parto.
  • Que el niño sea separado completamente de su madre. Es decir, que su cuerpo salga íntegramente del vientre de su madre.
  • Que la criatura haya sobrevivido de la separación un momento siquiera.
Estos requisitos se tornan significativos en muchas instancias legales como los relativos a la herencia.

Persona Natural:  
1.-Nombre
2.-Domicilio 
3.-Capacidad jurídica
4.-Estado Civil
5.-Nacionalidad
6.-Patrimonio

La persona jurídica

1.- Nombre
2.- Domicilio 
3.- Capacidad jurídica
4.- Nacionalidad
5.- Patrimonio
http://www.bcn.cl/ecivica/tiper

¿Qué es la persona humana?
Por Adolfo J. Castañeda



En nuestra reflexión anterior (3 de diciembre del 2001), llegamos a la conclusión de que la moral, el modo de ser y vivir que respeta y promueve la dignidad del ser humano, presupone una visión adecuada de la persona humana.
En la actualidad persiste una visión reductiva de la persona humana. Se la reduce a su corporeidad (visión materialista), a un objeto de placer o consumo (visión hedonista), a una mera pieza social o laboral (visión sociologista), a un animal sofisticado (visión cientista o mecanicista) o, incluso, se va al otro extremo, exagerando su dimensión espiritual, hasta el punto de restarle importancia moral a su corporeidad (visión espiritualista o de "New Age").
La persona humana es un ser corpóreo y espiritual al mismo tiempo. Es una unidad sustancial de alma (o espíritu) y cuerpo. Decimos unidad sustancial, no accidental, porque la unión entre el alma y el cuerpo resulta en un solo ser: el ser humano, la persona humana. El cuerpo es parte intrínseca de la persona y no un mero accidente suyo; no es un traje que me ponto y luego me quito. Yo no tengo un cuerpo, yo soy mi cuerpo. Esta verdad tiene, como veremos, implicaciones importantísimas de ídole moral. 


La existencia del alma humana inmortal se demuestra por la capacidad del intelecto humano de concebir ideas universales que rebasan las limitaciones del tiempo y del espacio. Las ideas del amor en sí mismo, la justicia en sí misma, las mismos conceptos geométricos del círculo, la línea y el punto, por ejemplo, no existen en el mundo material. Sin embargo, el ser humano es capaz de concebir estos conceptos. Ello es sólo explicable por el hecho de que existe una entidad espiritual que, actuando por medio de nuestro cerebro, produce estas ideas. Es imposible que algo puramente material produzca conceptos que rebasan lo material.
Ahora bien, siendo el alma una sustancia espiritual, no está sujeta a la corrupción del tiempo, como ocurre con las cosas materiales, ni tampoco, al menos no de forma absoluta, a las limitaciones de los demás cuerpos materiales. Por consiguiente, nuestra alma se caracteriza por ser espiritual, inmortal, capaz de razonar y libre.
Pero esa alma humana está sustancialmente unida a un cuerpo. No se trata de una entidad espiritual "encerrada" en un cuerpo, como creían los filósofos griegos dualistas de antaño. De hecho, no tiene sentido hablar de "en un cuerpo", de lo que es espiritual. Se trata de un espíritu encarnado o de un cuerpo animado o espiritualizado: eso es la persona humana. La unidad del alma y cuerpo que la persona humana es no admite separación sin alterar su identidad. Sin el cuerpo, no tenemos persona humana, sino sólo un alma humana; sin el alma sólo tenemos un cadáver (los cristianos creemos en la resurrección del cuerpo, tan importante lo consideramos). El alma humana reclama el cuerpo que le corresponde y el cuerpo está ordenado a su alma.
¿Por qué nos hemos empeñado en reflexionar, siquiera brevemente, sobre la concepción clásica de la persona humana como unidad alma-cuerpo? Paciencia, ya hablaremos de la persona humana en términos más modernos de dignidad y relación. Pero por el momento queremos apuntar que la importancia del tema es capital. En efecto, si toda persona humana posee un alma espiritual y si esa alma es inmortal y si a esa alma está unida sustancialmente nuestro cuerpo, entonces se sigue que toda la persona humana (no sólo el alma) posee una dignidad intrínseca y absoluta. Más sobre esto luego...Hasta la próxima.
Adolfo J. Castañeda es Director de Programas Educativos de Vida Humana Internacional. El Sr. Castañeda tiene una licencia en teología moral de la Academia Alfonsiana en Roma y dictó cursos de moral fundamental y bioética durante cuatro años en el Seminario San Vicente de Paul, en Boynton Beach, Florida, Estados Unidos.



Descartes, un gran Filósofo del siglo VXII, que aporto tres grandes conceptos de Persona, que pudo llevar a grandes deficiniciones, a controversia, pero hoy en día es utilizado. 

 La Conciencia, un Ser interior consciente de sí mismo
 El Sujeto, un ser que se pone ante el mundo externo con una interioridad, riqueza y
capacidad de acción específica.
Yo,  entendido como la autoconciencia del sí.

La época renacentista es, en el orden del pensamiento, una época de crisis y de reacción, en la que se debaten fuertes impulsos antiescolásticos. En el campo de la filosofía se registran sólo escuelas de fondo literario, en las que se restaura y cultiva el Platón y el Aristóteles originales, con su propio espíritu. El hombre moderno necesitaba, sin embargo, apoyar los pies en una concepción del Universo que sustituyera, como una fe humana o divina, al aristotelismo cristiano, que dos siglos de crítica y escepticismo habían desplazado del aprecio de los hombres. Pero el primer gran filósofo constructivo de la Edad Moderna no aparece hasta principios del siglo XVII con la figura del francés Renato Descartes. El recogerá en su concepción el espíritu ambiental, y sentará las bases de la nueva mentalidad racionalista.


La figura de Descartes (1596-1650) simboliza la del filósofo moderno por oposición al medieval. No se trata ya de un clérigo, sino de un noble dedicado a las armas y a las letras; tampoco escribe solamente en latín, sino que inicia el uso para fines científicos de su lengua nativa, el francés, que utilizaba con particular elegancia. Descartes fue un espíritu universal, en el que se compendia toda su época. Estudió en el mejor colegio de Francia de su tiempo, el de la Fleche, regentado por los jesuitas, donde entró en contacto con la ciencia y la filosofía todavía oficiales y al uso, de corte aristotélico y escolástico; conoció toda la matemática y la física de su época, en cuyos dominios es también una primera figura de la historia; viajó por Europa, tomando parte bajo distintas banderas en las guerras de religión. A los treinta y dos años todo el mundo de conocimientos, de ideas y de ambientes de su época gravitaban sobre su mente. A esta edad decidió retirarse a la soledad para meditar serenamente sobre aquel complejísimo mundo cultural al que no veía unidad, ni base, ni sentido.

En este momento, la vida de su espíritu es una imagen de la atormentada crisis del Renacimiento. Descartes, que conoce la ciencia de su época, la escolástica de sus maestros y la cultura antigua entonces en boga, carece, sin embargo, de sistema sus ideas pugnan unas con otras; desconfía de todo, y no puede encontrar un punto firme, un cimiento seguro, en donde sustentar un principio y construir. Entonces decide meditar sincera, serenamente, en la soledad de su propio diálogo interior. Es preciso poner orden y empezar por el principio. Cuando a un hombre le empiezan a fallar todos los negocios y empresas que creía sólidos y en los que asentaba su vida, y llega a desconfiar de los amigos o consejeros que le rodean, delibera consigo mismo, busca un algo que le aparezca indudable por humilde que sea, y a partir de ello emprende un nuevo camino, duro quizá, pero seguro, diáfano y asentado en tierra firme.

Descartes quiere hacer lo mismo con el medio cultural en que se halla envuelto y para ello sienta el principio de desconfiar de todo, de partir de una duda universal. Es frecuente interpretar que Descartes hace con esto una profesión de escepticismo, pero nada más alejado de la realidad, porque ni la duda cartesiana es escéptica ni lo es su intención, que, antes bien, se dirige, precisamente, a salvar al hombre del escepticismo que le amenaza. La duda que propugna Descartes no es una duda real, sino metódica. Descartes busca, ante todo, un método: su obra fundamental, muy breve, se titula Discurso del Método. Método viene de las palabras griegas odos (camino) y meta (hacia): camino, dirección, que lleve rectamente hacia el fin que se pretende. El método que busca Descartes es el que le conduzca, por vía segura y con pasos firmes, hacia la construcción de una ciencia, de un saber que ofrezca a la razón las debidas garantías. Así, Descartes no se propone dudar realmente de todo, cosa que es imposible prácticamente, sino obrar como si dudase de todo, dudar universalmente por método. Es como un desposeerse momentáneamente de toda adhesión a cuanto la ciencia o la vida le han enseñado para ver si entre todo ese confuso y desordenado repertorio de cosas hay, al menos, algo que se salve de cualquier posibilidad de duda y sobre lo que poder construir después el edificio del saber. Arquímedes -dice Descartes- para levantar la tierra y transportarla a otro lugar pedía solamente un punto de apoyo firme e inmóvil; también yo podré concebir grandes esperanzas sólo si tengo la fortuna de hallar una cosa que sea cierta e indudable.
 

Todo aparece dudoso a Descartes en algún aspecto: los sentidos nos engañan muchas veces; aunque así no fuera, tampoco poseemos un criterio para distinguir la realidad del sueño, porque cuando soñamos también creemos en la realidad de lo que vemos... Sin embargo, se detiene Descartes ante una proposición en la que no ve posibilidad de ataque ni aun para los más refinados argumentos de los escépticos. Esta proposición es su tan conocido pienso, luego existo (cogito, ergo sum). Dudo de todo, pero al dudar estoy pensando, y si pienso, existo. Me capto a mí mismo, en la más íntima e inmediata experiencia de mi ser, como algo que piensa y, pensando, existe. En esa proposición, la existencia no se deduce del pensar por vía racional o discursiva, sino que es todo ello una intuición, un golpe de vista en que me aprehendo como un ser que existe pensando. Este será para Descartes el asidero firme, el punto de apoyo sobre el que pueda construirse el sistema del saber.

A continuación trata Descartes de descubrir lo que hace a ese principio, a diferencia de todo lo demás, inviolable a cualquier género de duda; y lo encuentra en el hecho de ser evidente. Una idea es evidente para Descartes cuando se presenta al entendimiento como clara y distinta. Clara es aquella idea que se conoce separada, bien delimitada de lo demás; distinta, aquella cuyas partes o elementos se destacan u ordenan con nitidez en su interior. Descartes encuentra, pues, la verdad básica y fundamental en una idea («cogito, ergo sum») que le aparece clara y distinta. La verdad para la filosofía anterior era una propiedad de los juicios que consistía en estar de acuerdo con la realidad exterior. Es verdad una afirmacióndel Universo. La primera exige no admitir por verdadero más que aquello que se presente como claro y disti
cuando reproduce lo que es. El criterio para conocer la verdad estribaba para ella en la evidencia objetiva, esto es, en una claridad del objeto exterior que lo hace reproducible en un juicio sin temor a errar. Pero Descartes, en su duda universal metódica, había encontrado motivos para dudar de la misma existencia del mundo exterior al sujeto que piensa (cabe que todo sea sueño...). El criterio primero de verdad para asignar esta condición a aquella primera idea indudable no será, pues, su adecuación con el mundo exterior, sino una propiedad de la misma idea. Así, a partir de Descartes, el pensamiento filosófico se encierra en el sujeto, y capta el ser y la verdad en el sujeto mismo, en su propia razón, con lo que, naturalmente, se aspirará a concebir a todo el universo como racional, es decir, con la interna necesidad que caracteriza a las ideas evidentes en sí mismas.

En el Discurso del Método propone Descartes varias reglas «para bien dirigir la razón y buscar la verdad en las ciencias»; en ella se halla como en germen toda la concepción racionalista
nto, es decir, con las cualidades de la evidencia interior, racional. La segunda manda dividir cada dificultad que se examine en tantas partes como sea necesario para llegar a su resolución. Aquí se halla implicada la tendencia que reconocimos como general en el pensamiento moderno, consistente en reducir todo orden de la realidad a los inferiores o más evidentes hasta llegar a la comprensión matemática, esto es, racional o necesaria. La tercera prescribe conducir ordenadamente el pensamiento partiendo de esos objetos simples o evidentes hasta llegar al conocimiento de lo más complejo, sin salirse de esa línea de comprensión racional. La cuarta, en fin, sugiere hacer recuentos y revisiones generales para no perder de vista la estructura racional del conjunto.

Sobre el punto de apoyo indudable del pienso, luego existo, y por los cauces del método racionalista, construye Descartes después su propio sistema filosófico. Sentada la realidad del propio yo como pensante, analiza las ideas que posee en su mente y halla una -la de Dios- que posee una propiedad muy especial: me persuade por sí misma de que el ser que es su objeto existe en sí, fuera de la mente que lo concibe. La idea clara y distinta me revela que yo existo como ser pensante, pero esta idea de Dios y sólo ésta me pone en contacto con la existencia del objeto. El existir pertenece a la esencia misma de Dios: no puede concebirse a esta idea sin que su objeto exista, como no puede concebirse un hombre sin razón o un triángulo sin tres ángulos. Se trata aquí de una reviviscencia, en forma muy semejante, del argumento ontológico de San Anselmo. De la existencia de estas dos realidades -yo pensante y Dios- deduce Descartes la existencia real del mundo exterior o de las cosas. En efecto: si nuestros sentidos nos dicen que existe ese mundo de cosas ma¬teriales, en cuya realidad todo hombre cree espontáneamente, y si, además, existe Dios, ese mundo tiene realmente que existir. Lo contrario se opondría a la veracidad y bondad de Dios, autor de nuestros sentidos y de cuanto existe, que se complacería en mantenernos en un engaño irremediable y absoluto.

Demostrada así, a partir de la experiencia racional y a través de Dios, la existencia del mundo de las cosas reales, pasa Descartes a analizar la naturaleza y clases de las cosas existentes. Y ve, con la misma evidencia, que todas las cosas reales responden a las leyes y modo de ser de la materia, menos una clase de cosas: las almas, que son de una naturaleza del todo diferente. El atributo (o característica) de la materia es la extensión: todo lo que es material es extenso. El atributo de las almas es el pensamiento: todo lo que es espiritual piensa. La experiencia de su propia alma única asequible se la ha mostrado como pensante. Esto le lleva a concluir que en el mundo existen dos sustancias a las que todo se reduce: materia y espíritu, o cuerpos y almas. A ellas se añade una tercera sustancia, que es Dios. Lo que no es pensante no es alma; de aquí su extraña idea de que los animales son meros mecanismos, puramente materiales. Esas dos sustancias son radicalmente diferentes; no cabe entre ellas ningún modo de unidad: Descartes vuelve por este camino a la antigua doctrina de la unión accidental, en el hombre, de cuerpo y alma. El hombre no posee unidad sustancial: el alma vive en el cuerpo como el jinete en el caballo o como el marino en la nave. De esta radical heterogeneidad entre el ser de los cuerpos y el de las almas renacerá un viejo y arduo problema, con el que se enfrentarán los grandes filósofos discípulos de Descartes, dándole entre todos todas las soluciones posibles, que les llevarán a concepciones filosóficas bien diferentes y alejadas entre sí.

Descartes recoge todo un ambiente filosófico difuso desde la época del Renacimiento y lo encauza por un camino muy definido, que es precisamente el del racionalismo. En aquella situación de profundísima crisis espiritual busca Descartes la verdad primaria y cree hallarla en la propia experiencia interior, en el análisis de su propio pensamiento. Como consecuencia, toda la posterior elaboración filosófica deberá hacerse a imagen y por extensión de esta experiencia racional: comprender una cosa será contemplarla reducida a la claridad y distinción de las verdades racionalmente evidentes. Lo realmente importante de la filosofía cartesiana es su intento de buscar en el análisis del pensamiento interior la verdad que fundamenta el edificio del saber, y las consiguientes reglas del Discurso del Método, principios que sientan las bases de la concepción racionalista del Universo.


El PERSNALISMO surge en Europa con el Objetivo de ofrecer una alternativa al Individualismo y al colectivismo, su fundador fue Mounier (1905-1950).
“La persona es un ser digno en sí mismo, pero necesita entregarse los demás
para lograr su perfección, es dinámico y activo, capaz de transformar al
mundo y de alcanzar la verdad, es espiritual y corporal, poseedor de una
libertad que le permite autodeterminarse y decidir en parte no solo su futuro, si
no un modo de ser, está enraizado en el mundo de la afectividad y es portador
y está destinado a un fin trascendente”.