De un modo u otro, sé encontrar en la humanidad lo más noble que existe en ella. Esto es lo que me permite conservar la fe en Dios y en la naturaleza
humana.
Lo que nos dirige a través de océanos turbulentos es la fe. La fe mueve las montañas y nos transporta à la otra orilla del río. Esa fe no es más que una vida totalmente impregnada de la certeza clara y consciente de que Dios está en nosotros. Quien posee esta fe no desea nada más. Aunque esté físicamente enfermo, está espiritualmente sano. Puede no tener un centavo, pero no le importa: todas
las riquezas del espíritu son suyas.
Quien está totalmente inmerso en Dios, se pone en sus
manos sin preocuparse de éxitos o fracasos: se lo ofrece
todo a él. Como yo no he llegado todavía a ese estado,
debo asumir que mis esfuerzos son insuficientes.
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